La dieta mediterránea es considerada una de las dietas más saludables del mundo, ya que su consumo se vincula a una mayor longevidad y menor incidencia de enfermedades cardiovasculares, cáncer o deterioro cognitivo.
Esta cocina tradicional incorpora principalmente productos de origen vegetal, como frutas, verduras, legumbres, hortalizas y cereales, que tienen alto contenido en hidratos de carbono de baja carga glucémica; y se complementa con el pescado, los mariscos, los lácteos y la carne de aves. Sin embargo, la mayor parte de su contenido graso procede de un solo alimento: el aceite de oliva (cuya producción es característica de la cuenca del Mar Mediterráneo).
El aceite de oliva es la principal fuente de grasa monoinsaturada (ácido oleico) en la dieta mediterránea. Diversas investigaciones científicas han comprobado que ésta reduce el colesterol total y los niveles de lipoproteínas de baja densidad (conocidas como colesterol “malo”).
De hecho, según un estudio del Hospital Universitario de Reina Sofía (Universidad de Córdoba, España) para el I Congreso de Cultura del Olivo, la aceituna es un zumo natural que contiene cientos de microcomponentes no grasos, de gran potencialidad biológica, entre los que se incluyen la vitamina E, los carotenos, el escualeno, la clorofila y, en especial, los compuestos fenólicos (que tienen propiedades antioxidantes).
Por sus cualidades, y gracias a la presencia de ácido oleico, este alimento puede reducir el riesgo de enfermedades coronarias y vasculares cuando sustituye a una fuente de grasas saturadas. Además, previene la aparición de trombosis y diabetes.
Ya sea para freír, untar o aliñar, el aceite de oliva virgen extra no solo mejora el sabor de las comidas, sino que además aporta muchos beneficios nutricionales. De hecho, los expertos sugieren que dos cucharaditas diarias (23 gramos) son más que suficientes para reducir el riesgo coronario, sumado a la actividad física y los buenos hábitos de salud.
